Durante doce años (1752 – 1764), Adam Smith fue profesor de filosofía moral en la Universidad de Glasgow, Escocia. El mismo Smith describe ese período como “el más útil y por lo tanto el más feliz y honorable de mi vida”. Fue durante ese período que escribió su Teoría de los sentimientos morales, obra que él consideró como la mejor de toda su producción literaria. La tesis de la Teoría de los sentimientos morales es simple: los seres humanos tenemos una tendencia innata a simpatizar con nuestros semejantes; con ese fin, moderamos nuestra conducta. Esa es la base de nuestros juicios morales.
A lo largo de ocho capítulos, en este libro se estudian diferentes aspectos y consecuencias de la tesis moral fundamental de Smith. Se sostiene que esa tesis, al contrario de lo que algunos piensan, no es relativista, pues lo que agrada o desagrada a los seres humanos es básicamente lo mismo en todas las culturas. Por otra parte, la naturaleza humana tiende a unos fines: a todo aquello que favorece el desarrollo de sus potencialidades. Smith creía en la causalidad final; no era, como algunos piensan, un protodarwinista.
Smith concordaba con la mayor parte de autores de su época en que la sociedad comercial en la que vivían socavaba las virtudes aristocráticas y marciales, pero pensaba que esta forma de organización social (el capitalismo) tenía la inestimable ventaja de garantizar la libertad y la seguridad, que él consideraba condiciones indispensables para la felicidad.
Es cierto que para Smith los seres humanos buscamos siempre y en todo el propio beneficio, pero no es menos cierto que él pensaba que interesarnos genuinamente por el bien de los demás era un elemento importante de nuestra propia felicidad.
La felicidad, piensa Smith, no se puede alcanzar sin la virtud. Y la principal virtud, para él, es la templanza o el autocontrol. En esto, Smith muestra el gran influjo que en su pensamiento ejerció el estoicismo, particularmente, Marco Aurelio.
Adam Smith no era un hombre particularmente religioso, pero tampoco puede decirse que fuera ateo. Muy probablemente era deísta, como muchos intelectuales de su época, que creían en un Dios creador y ordenador del universo, pero se distanciaban de las religiones organizadas. Smith pensaba que las religiones tradicionales fomentaban el fanatismo, y con ello las guerras civiles. En su visión, la religión debería ser natural y racional.
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