Con todos sus fallos y defectos, el sistema capitalista ha demostrado ser el más eficaz en la promoción de la riqueza y el bienestar de las masas, sin menoscabo de las libertades individuales. Al mismo tiempo, a diferencia del socialismo ‘real’, ha demostrado su amplia capacidad de autocorrección, así como su superioridad no sólo en el plano de la eficiencia, sino también en el de la ética y los valores.
A la función central, indispensable e indestructible del proceso de mercado, se contrapone el proceso político como máximo responsable de que el mercado no haya podido desplegar hasta ahora todas sus virtualidades. La conclusión es que la solución de los defectos del capitalismo no consiste en eliminar el sistema, sino en disciplinar la autoridad de los políticos y reducirla a su mínima expresión.
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