La izquierda se siente moralmente superior y ha conseguido que este sentimiento cale incluso entre una parte de la propia derecha.
La mayor crítica que con frecuencia recibe la izquierda es que no es auténtica, con lo cual se asume implícitamente que su escala de valores es la correcta, aunque no predique con el ejemplo. Son también un tópico las llamadas a la renovación de la izquierda, generalmente como consecuencia de una derrota electoral. Con ello se sobrentiende de nuevo que la izquierda puede en ocasiones transmitir mal su mensaje, incluso incurrir en errores de contenido, pero que existe un núcleo esencial digno de admiración.
Pero ¿y si la izquierda fuera intrínsecamente un error? ¿Y si el problema no es solo la naturaleza humana, con todas sus debilidades e imperfecciones, sino unas ideas equivocadas, que llevan una y otra vez, en el mejor de los casos, a la inoperancia, y en el peor, a auténticos infiernos sobre la tierra?
El relativismo imperante, equivalente a una malentendida tolerancia, prácticamente ha relegado del debate público los conceptos de verdad y falsedad. Se discute sobre hechos o intenciones, pero fuera de restringidos ámbitos intelectuales rara vez se entra en las cuestiones de fondo, en si determinadas ideas se corresponden con la realidad de las cosas o no. De este modo, la repetición incansable de sofismas seductores, puestos en circulación sin apenas réplica, acaba minando el sentido común de sociedades enteras y nos conduce a la transmutación de los valores, de consecuencias impredecibles.
En este libro se hallan numerosos argumentos para contrarrestar los prejuicios progresistas. Empezando por el primero de ellos: Que toda persona decente e inteligente debería ser de izquierdas.
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