La huelga es una forma de guerra, y su uso —analizado como hecho o como amenaza— ha terminado por convertirse en una condición esencial para determinar los sueldos en el sector privado. El sistema basado en la amenaza de huelga ha creado, a día de hoy, una dinámica cimentada en la agresión y en la resistencia a dicha agresión; y los responsables de la planificación de estrategias políticas en los sindicatos creen que es fundamental mantener vivo un estado de excitación y hostilidad latente contra la administración y los inversores.
La brillante tesis de William Hutt, defendida también en su imprescindible La contratación colectiva —aunque desarrollada en su totalidad en el libro que nos ocupa—, es que el poder de la amenaza de huelga es un método inaceptable para rectificar errores en cualquier circunstancia, mientras que, por supuesto, es doblemente objetable si se usa con el fin de alcanzar objetivos indefendibles.
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